Ha muerto Santiago Carrillo Solares, el de las tres vidas: la lucha antifascista desde los ideales
comunistas, el proceso normalizador de la Transición y su adscripción a
posiciones modernizadoras que, por ejemplo, lo acercaron mucho a las
propuestas de ZP al principio de sus dos mandatos.
Durante una rueda de prensa en la clandestinidad
Lo conocí a
mediados de los setenta en el piso de la Fundación de Investigaciones
Marxistas en la calle Alameda. Preparábamos la fase final de la
legalización y, algo después, las primeras elecciones generales. Su voz
había vibrado hablando del ruido de sables en la reunión de Capitán
Haya, donde confirmamos que no estábamos por procesos separatistas y
aceptábamos la bandera como parte de un texto constitucional; después
alguien añadió, pero fuera de la reunión, una aceptación de la corona
que no se discutió.
En ocasión de la legalización del PCE
Tenía prisa. Prisa por ocupar el espacio
moderado de los socialistas y sus cuarenta años de vacaciones, como
repetía Tamames. Prisa por adquirir no exactamente notoriedad, sino una
respetabilidad que lograra superar su imagen, la imagen que de él había
labrado el franquismo. Prisa que lo llevó a adaptar el partido a través
de métodos de urgencia a una desactivación que convenía a la paz social
requerida por la llamada Transición.
Recuerdo uno de sus
argumentos, a raíz de sus declaraciones en una de las universidades más
reaccionarias de los Estados Unidos: si quitamos el leninismo, en las
próximas elecciones subiremos al 25%. Aquí hay que enganchar la creación
del Eurocomunismo.
Y recuerdo su mantra cuando las cosas
empezaron a torcerse a principios de los ochenta (nunca superó que no
pasáramos del 10%): a mí no me jodáis, venía a decir, que si yo
quisiera, fuera del partido, sería una personalidad de relumbrón.
Junto a La Pasionariae Ignacio Gallego el 26 de Julio de 1977,
durante una intervención en el Congreso de los Diputados
Pero
de todas formas, en su vida primera, Carrillo fue un dirigente con
valor, que se atrevió a todo, incluso a sustituir a Dolores antes de
tiempo. No debemos, en ningún caso, ocultar lo positivo: fue un
luchador antifascista notable e incansable hasta el final de esta etapa.
Precisamente
se va Carrillo en el momento en que la conciencia de que no fue una
Transición tan modélica empieza a extenderse y cristalizar. Por una
parte se habla de la necesidad de una segunda Transición; por otra, se
habla de que es inevitable un periodo constituyente, dado el desgaste
político, la voladura de la Constitución y la erosión multiplicadora que
ha supuesto la crisis. Pero Carrillo se ha ido antes, en plena etapa de
condensación de esta crisis política e ideológica.
Pero hay
algo que sí ha impactado fuertemente en el ámbito de sus ideas: la
crisis de la socialdemocracia. Todos los militantes que a partir de 1984
se fueron con él, acabaron en el PSOE. Él (que, por cierto, nunca fue
expulsado del PCE a pesar de lo que se dice), los acompañó hasta la
puerta, incluida parte de su familia, y se quedó fuera. Y lo mismo que
en una etapa anterior se "enamoró" (era muy enamoradizo) de Suárez, tuvo
el mismo flechazo político de Zapatero; y ahí se refugió. Era la idea
de una nueva formación, más allá de la socialdemocracia, fresca y
mediática, europeísta, que pudiera superar algo que él no dejó nunca de
repetir: la política ya no es la lucha clase contra clase. Una formación
que conectara con la construcción civilizada de la Europa de los
ciudadanos frente a la Europa de los mercaderes. Y este derrumbe de la
modernidad, después de la caída del Muro de Berlín, sí le ha pillado de
cabo a rabo. Esta orgía de los mercados sí ha llegado a conocerlo
Santiago con plena intensidad. Quizás por eso, buscando siempre
agarrarse a las ramas del futuro, apoyó la necesidad de crear ciertas
formaciones superadoras a la vez de IU y del PCE. Aunque hay que reseñar
otra de las características de Santiago: desde el principio sabía que
la realidad no podría derrotarlo jamás. ¿Qué hacía entonces? Cuando la
realidad, como si fuera una chaqueta, no le cabía en la maleta de su
pensamiento, recortaba la chaqueta hasta que cabía. Y lo sabía. Sabía
que lo estaba haciendo. Pero también sabía que era un truco necesario
para cualquier superviviente, y más para él, que era un superviviente
profesional.
Participamos juntos en su primera (desde los años
70) y segunda vida (casi entera). En la tercera hubo que partir peras,
máxime cuando mantenía la idea que tras él ya no podía existir el PCE.
Además, en cierto grado, aunque seguía su entrañable relación con los
viejos camaradas, había cambiado la épica de la resistencia ("Con los
zapatos puestos tengo que morir", Alberti) por un supuesto discurso de
inteligencia modernizadora. Nadie supo nunca esconder mejor las derrotas
que él. La segunda parte del libro que estoy escribiendo empieza con la
muerte de Santiago; se llama: "La disciplina de la derrota".
Que la tierra te sea leve, Santiago.