jueves, 8 de marzo de 2012

Sobre el Día Internacional de la Mujer Trabajadora y la dignidad de las mujeres represaliadas por el franquismo


por Viviana Cecilia Atencio*


Decía el escritor francés Víctor Hugo que “el infortunio, el aislamiento, el abandono y la pobreza son campos de batalla que tienen sus héroes”. Perfectamente esta frase podría escribirse para toda mujer en su historia de cada día. Cada mujer nace por el simple hecho de serlo bajo el estigma de una doble desigualdad: la de género y la de clase. Su lucha cotidiana es el reflejo histórico de la de todas sus hermanas, que antes que ella y que hoy, junto a ella, padecen la carga de un sistema, de un mundo, creado al servicio de los hombres. Muchas vidas se han perdido en pos de esta lucha por la igualdad.

Tal vez el hecho ejemplo histórico más antiguo de mujeres en pie de lucha lo recoge la comedia de la Grecia Clásica del siglo V a. C., Lisístrata, del comediante Aristófanes. En ella las mujeres deciden hacer una “huelga sexual” contra los hombres para poner fin a la guerra del Peloponeso, entre Esparta y Atenas. Las mujeres atenienses, lideradas por Lisístrata se reúnen en la Acrópolis, y luego de deliberar se hacen a sí mismas el siguiente juramento:

Lisístrata: …todas las mujeres toquen esta copa, y repitan después de mí: no tendré ninguna relación con mi esposo o mi amante.

Cleónica: No tendré ninguna relación con mi esposo o mi amante.

Lisístrata: Aunque venga a mí en condiciones lamentables.

Cleónica: Aunque venga a mí en condiciones lamentables.

Lisístrata: Permaneceré intocable.

Cleónica: Permaneceré intocable...

Lisístrata: Y haré que me desee.

Cleónica: Y haré que me desee.

Lisístrata: No me entregaré.

Cleónica: No me entregaré.


Estas mujeres logran
, a través de la unión en la acción y la determinación, recuperar la Paz y salvar así la vida de sus hijos y de sus hombres. La figura de Lisístrata será recuperada durante otro hito histórico, la revolución francesa de 1789. Tras el triunfo de la revolución de 1789 surgió rápidamente una contradicción evidente: una revolución que basaba su justificación en la idea universal de la igualdad natural y política de los seres humanos "Liberté, Egalité, Fraternité”–, negaba el acceso de las mujeres a los derechos políticos.

Las mujeres, que eran la mitad de la población, se enfrentaban a la negación de su libertad y de su igualdad respecto al resto de los individuos de la sociedad. La autora teatral y activista revolucionaria Olympe de Gouges (1748-1793) fue la protagonista de la contestación femenina. En 1791 publicó la “Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana”. Parafraseando el gran documento programático de la revolución, denunciaba que la revolución se había olvidado de las mujeres en su proyecto igualitario y liberador.

Así afirmaba que la "mujer nace libre y debe permanecer igual al hombre en derechos" y que "la Ley debe ser la expresión de la voluntad general; todas las Ciudadanas y los Ciudadanos deben contribuir, personalmente o por medio de sus representantes, a su formación". El programa de Olympe era claro: libertad, igualdad y derechos políticos, especialmente el derecho de voto, para las mujeres. Sin embargo, este planteamiento no era compartido por los varones que dirigían la revolución, ni siquiera por los más radicales de ellos. El encarcelamiento y ejecución en la guillotina de Olimpia durante el período de la dictadura jacobina simbolizó el fracaso de las reclamaciones feministas durante la revolución.

El Código Civil napoleónico (1804), en el que se recogieron los principales avances sociales de la revolución, volvió a negar a las mujeres los derechos civiles reconocidos para los hombres durante el período revolucionario (igualdad jurídica, derecho de propiedad, entre tantos otros), e impuso unas leyes discriminatorias, según las cuales el hogar era definido como el ámbito exclusivo de la actuación femenina.

Pero: ¿cuáles han sido las raíces históricas de nuestro día de la Mujer Trabajadora? En 1909 las costureras de varias fábricas de Nueva York comenzaron a realizar una cadena manifestaciones y de huelgas que convocaron a miles de trabajadoras. A pesar de los arrestos y las multas que la ley les imponía, a pesar de las palizas que les propinaban la policía y los matones a sueldo de las compañías para las que trabajaban, las costureras (muchas de ellas adolescentes) continuaron en pie de su lucha. Y su lucha inspiró a muchas mujeres de las clases media, que salieron a apoyar sus huelgas y acabaron apresadas también. Cuando los periódicos informaron sobre estos inusuales arrestos, el público empezó a enterarse de las brutales condiciones de trabajo y de los miserables sueldos de esclavas que recibían las costureras.

Después de meses de acciones en varios talleres, las costureras querían acelerar la lucha con una huelga general de toda la industria. Haciendo caso omiso a la oposición de los líderes hombres de su sindicato, el 22 de noviembre de 1909 comenzó el "Levantamiento de las veinte mil" costureras.

Una costurera de la Cía. Triangle describió la escena: "Miles de miles de costureras salimos de las fábricas hacia la plaza Unión. Era noviembre, el comienzo del invierno, y no teníamos abrigos, pero un espíritu común nos hacía seguir marchando y marchando... Todavía puedo ver la multitud de jóvenes, casi todas mujeres, marchando sin preocuparnos por lo que nos podía pasar. Un espíritu conquistador nos animaba. No sabíamos qué nos esperaba, no pensábamos en el hambre, el frío, la soledad, ni en lo que nos podía pasar. Ese día simplemente no nos importaba; era nuestro día".

La lucha duró meses y las huelgas prendieron en otras partes. Finalmente con la huelga se ganaron apenas algunas reformas de las condiciones de trabajo, pero el "levantamiento" logró importantes cambios en la conciencia de las mujeres trabajadoras. Cambió la idea de lo que podían hacer las inmigrantes pobres, y llenó de orgullo y fuerza a las costureras de Nueva York y a muchas mujeres, inmigrantes y oprimidos en general.

Un año más tarde, en 1910, la sindicalista y comunista alemana, Clara Zetkin, integrante del Sindicato Internacional de Obreras de la Confección, propone el día 19 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora en un Congreso Internacional de Mujeres en la ciudad de Copenhague, en Dinamarca, y recuerda en sus discursos la lucha de las veinte mil. En 1911, por fin, se celebra por primera vez ese día.

Menos de una semana después, el 25 de marzo, se produce un terrible incendio en a la misma fábrica de la Cía Triangle, aquella donde se había iniciado la lucha de las veinte mil. Las que habían denunciado la precariedad inhumana de su sitio de trabajo finalmente se encontraron con que la historia les dio la razón: 147 personas, la mayoría jóvenes trabajadoras, inmigrantes, y también muchos niños que acompañaban a sus madres a trabajar y se encargaban de la limpieza de la fábrica y algunos trabajadores perdieron la vida gratuitamente.

Las crónicas de la época cuentan que la mayoría de las trabajadoras no pudieron alcanzar ninguna salida. Algunas en su desesperación brincaron y cayeron por el pozo del ascensor. Unas pocas pudieron salir por las ventanas. Muchas costureras, compañeras de vida y de trabajo, se abrazaron fuertemente y saltaron juntas al vacío. No sirvieron las redes de los bomberos, pues el peso de los cuerpos en picada las desgarró e incluso cuarteó la acera. El New York World escribió: "Hombres y mujeres, muchachos y muchachas, amontonados en los salientes, gritaban y saltaban al espacio, a la calle abajo, con la ropa en llamas. Cuando unas muchachas saltaron, su cabello flotaba en llamas. El impacto en el pavimento producía un ruido sordo".

Desde hacía un siglo, Estados Unidos pregonaba ser la "tierra prometida", un refugio para los pobres de Europa en busca de un futuro promisorio. Pero en el horror de aquella tarde el mundo fue testigo de la vil explotación a que eran sometidas las trabajadoras y trabajadores inmigrantes de Nueva York. Las potencias coloniales de Europa y Estados Unidos decían que su "civilización cristiana" tenía una superioridad moral que les daba el derecho de gobernar a los "pueblos bárbaros". Pero cuando las muchachas cayeron en llamas a las calles de la ciudad de Nueva York, quedó al desnudo la falacia del imperialismo capitalista. Se puso en tela de juicio la vida y el trato a las ocho millones de trabajadoras fabriles del país.

Ese día se demostró la verdad: que esa tecnología capitalista era para obtener ganancias, sin atención a la seguridad ni a la vida de las costureras. En esos galerones hacinados no había sistema de rociadores, mangueras, hachas, extintores químicos ni alumbrado de emergencia, ninguna medida contra incendios en absoluto. La mitad de la clase obrera neoyorquina trabajaba en los pisos superiores al séptimo, pero ni una compañía de bomberos estaba equipada para rescatarlos. El corresponsal Bill Shepher escribiría: "Vi ese montón de cadáveres y recordé que esas muchachas confeccionaban blusas y que en su huelga del año anterior reclamaron condiciones de trabajo más higiénicas y mayores medidas de seguridad en los talleres. Esos cadáveres fueron la respuesta".

Y el pueblo de Nueva York respondió con dolor y mayor conciencia de clase. El 2 de abril, se celebró un enorme mitin entierro en el Teatro Metropolitano de la Ópera. El periódico América comentó: "Cuando la manifestación llegó a Washington Square, a la vista del edificio Asch, las mujeres rompieron en llanto. Un largo y doloroso llanto, la unión de miles de voces, una especie de trueno humano en una tormenta primordial, un lamento que era la expresión más impresionante de dolor humano que jamás se haya oído en la ciudad".

Este suceso tuvo grandes repercusiones en la legislación laboral de los Estados Unidos, y en las celebraciones posteriores del Día Internacional de la Mujer se hizo referencia a las condiciones laborales que condujeron al desastre. Más allá de todas las fronteras las mujeres de los cinco continentes se unen en este día para tomar conciencia sobre su historia y sobre sus derechos, pero también levantando la inmensa bandera de la Paz Internacional.

Finalmente se define el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer trabajadora y por la Paz a partir del año 1917, cuando como reacción ante los 2 millones de soldados rusos muertos en la Primera Guerra Mundial, las mujeres rusas se declararon en huelga en demanda de "pan y paz" y salieron a tomar la calle. Cuatro días después el Zar se vio obligado a abdicar, y el gobierno provisional concedió a las mujeres el derecho de voto. Ese histórico domingo fue el 23 de febrero, según el calendario juliano utilizado entonces en Rusia, o el 8 de marzo, según el calendario gregoriano utilizado en otros países.

Hoy más que nunca debemos recoger su legado y el legado de las mujeres republicanas españolas, y recordar que la llegada del franquismo supuso un retroceso feroz en todos los avances alcanzados durante la segunda república española. Decía un tertuliano de la época franquista: "Ocupad vuestras manos en la lana, enclavad en vuestra casa los pies y agradarán más así que si los cercaseis de oro".

Imaginemos por un instante lo que sentirían mujeres de la talla de Dolores Ibárruri, La Pasionaria, ante semejantes palabras. La Pasionaria, que había querido ser maestra, pero que había tenido que dejar sus estudios de magisterio para trabajar como costurera o como sirvienta, la misma que participó en la fundación del PCE en 1921, la que fuera Presidenta de la Unión de Mujeres Antifascistas. La misma que tuvo luchar, dentro del ámbito privado por el amor de un hombre 17 años menor que ella, cuando sus propios compañeros de partido le pidieron como condición para seguir militando que le abandonara.

Pensemos en la impotencia de mujeres como Federica Monteseny, escritora y anarcosindicalista, comunista libertaria que durante su cargo como Ministra de Sanidad y Asistencia Social del gobierno de Francisco Largo Caballero planeó lugares de acogida para la infancia, comedores para embarazadas, liberatorios de prostitución, una lista de profesiones a ejercer por minusválidos y el primer proyecto de Ley del aborto en España. Federica, que tras un largo exilio pudo regresar a España después de la caída del franquismo, y que durante los últimos años de su vida lucharía hasta el final por la devolución del patrimonio sindical incautado a la CNT tras finalizar la Guerra Civil. La misma que fue unas de las pocas mentes de la izquierda capaz de oponerse firmemente a los Pactos de la Moncloa y al recién instaurado sistema político constitucional monárquico español. Si le hubieran escuchado entonces otro gallo cantaría en esta España en donde jueces defensores de los derechos humanos como Garzón son cesados en sus cargos, mientras los familiares sospechosos de corrupción al estado viven su exilio dorado en New York, con el dinero sustraído al pueblo español.

Hoy es urgente rescatar de la memoria a todas aquellas mujeres republicanas, y a otras muchas, apenas esposas, madres e hijas de republicanos que fueron sentenciadas y humilladas por el régimen franquista por ser, simplemente, familiares de sus hombres. Sabemos que pese a las vejaciones, torturas y violaciones que sufrieron las mujeres durante la guerra civil y durante el franquismo, existen muy pocos testimonios escritos que delaten con detalle semejante barbarie, y mucho menos estadísticas que despierten la conciencia colectiva. Muchas de ellas fueron asesinadas, algunas fueron hechas prisioneras, otras apenas lograron esquivar la cárcel, unas pocas lograron sobrevivir, pero todas fueron igualmente denigradas por el régimen fascista. Y nadie, sin embargo, hasta hoy, las ha reconocido merecidamente como víctimas, nadie les ha pedido realmente perdón, ninguna institución del estado español las ha escuchado y ha reparado el horror cometido por el Estado Terrorista Franquista.

La mayoría ya ha muerto, pero muchas, como Ana Zamudio, de Torre Alháquime, un municipio de la provincia de Cádiz, quien entonces tenía 15 años y hoy está a punto de cumplir los 90, aún vive. Ella quiere que se recuerde, que se sepa, que fue rapada y paseada por el pueblo como un trofeo, que tuvo que tragar aceite de ricino para purgar su "alma comunista", que fue humillada por el sólo hecho de ser mujer. "Bastante tiempo estuve callada, cuando no se podía hablar. Que se entere todo el mundo de lo que pasamos", afirma con orgullo. No olvidemos que además de raparlas, o subirlas en un borrico mientras evacuaban o vomitaban por el efecto del aceite de ricino, se las obligaba a pasearse cantando el "Cara al Sol" y saludando brazo en alto, al estilo fascista.

El clima de terror era tal que muchas pusieron en riesgo sus vidas antes de enfrentarse al castigo del régimen fascista. Antonia Moreno se arrojó a un pozo de 12 metros en la casa donde servía cuando fueron a detenerla, relata el historiador García Márquez. A su marido lo habían matado y ella ya había estado en prisión. Ese día sobrevivió y fue nuevamente arrestada. La inmensa mayoría de estas mujeres víctimas de las humillaciones franquistas consideran que La Ley de Memoria Histórica propuesta por el PSOE es insuficiente, y que en la reparación que la Junta de Andalucía les ofrece con el pago de 1800 euros de indemnización no se contempla la restitución, indemnización, rehabilitación, satisfacción y las garantías de no repetición. Y por ello dicen: “No a los 1800 euros de indemnización”. Porque es una obligación internacional que la indemnización debe ser en todo caso proporcional al daño sufrido, y la indemnización no sustituye ni puede sustituir el deber de cumplir las otras 5 formas distintas de reparación prevé la ONU.

El deber de todo Estado de Derecho democrático no es tan sólo el de reparar, cosa que ni siquiera tienen todavía las víctimas del genocidio de Franco en nuestro país. El deber y responsabilidad de Estado de toda nación civilizada es el de “verdad, justicia y reparación”. El deber de “memoria” pública del Estado, es sólo una forma parcial de satisfacción, necesaria, pero que no sustituye a las restantes formas de satisfacción, ni de reparación, porque no implica ni la justicia ni la verdad. El deber del Estado español, de acuerdo con la justicia internacional, respecto a las mujeres (al igual que para con los hombres) víctimas de los olvidados crímenes de género del franquismo es el de hacer cumplir con todas las formas de reparación, empezando, por una “investigación efectiva e independiente” de crímenes de guerra y de lesa humanidad, como dice el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Una investigación que sirva para esclarecer los hechos y perseguir penalmente a los responsables que pudiesen seguir vivos, no importa su edad.

Pero en España invocamos leyes domésticas de amnistía, no las leyes internacionales, invocamos leyes que son inaplicables y sin validez alguna ante la naturaleza internacional de los crímenes cometidos. En España, algo inaudito en todos los países civilizados del mundo, los familiares de los desaparecidos y de las víctimas de las ejecuciones extrajudiciales de los consejos de guerra del franquismo (cuando los hubieron) son solamente exhumadores lowcost (de bajo coste) del Estado. Porque el estado Español no se hace cargo de los crímenes perpetuados por el franquismo, algo inaudito en la historia de los países no sólo del primer mundo, sino también del tercero. Pero a esto se suma que la inmensidad de los crímenes contra la humanidad de género cometidos por franquismo no se mencionan como tales en la Ley de Memoria Histórica aprobada por el PSOE, que deja fuera a las mujeres víctimas de violaciones y agresiones sexuales. Por ello los 1800 euros otorgados por la Junta de Andalucía no constituyen más que un gasto demagógico. Lo que las víctimas y sus familiares quieren del Estado Español y de sus Autonomías es que por fin cumplan con las leyes internacionales de derechos humanos, que se hagan cargo de los crímenes cometidos por el terrorismo del Estado franquista.

Por eso hoy más que nunca, las mujeres andaluzas, junto a las mujeres de todo el mundo, debemos estar en pie de lucha, ser conscientes de nuestro rol activo en la sociedad para lograr por fin esa igualdad que está tan lejos de haberse alcanzado y no bajar los brazos ante la discriminación real que nos sitúa junto a los oprimidos. Hoy como ayer, como decían las compañeras de Lisístrata “¡No nos entregaremos!”

*Coordinadora de la Asamblea Local de IU de las Cabezas de San Juan